Nuestro
país está viviendo una importante reforma con la promulgación de la ley N°
30220, la nueva universitaria, con lo que se busca optimizar la calidad de la
educación superior y en dónde, en lo referente al ejercicio docente, destaca la exigencia de los grados de maestría y
doctorado como requisito obligatorio para ejercer tan importante función en la dinámica de la formación de
los futuros profesionales.
Esta iniciativa coincide con lo
establecido en la declaración mundial sobre la educación superior promovida por
la UNESCO (1998), en donde se plantea como uno de los principales criterios de
evaluación de la calidad de la educación, la selección esmerada de los docentes
y su perfeccionamiento constante.
Podríamos
definir “perfeccionamiento” como cualquier intento sistemático de cambiar el
accionar del docente hacia la mejora de la calidad (Barrientos, 2004); sin embargo haciendo un necesario y
critico análisis de esta definición podemos observar que cuando se habla del accionar docente generalmente se
restringe el concepto a actividades de planificación, didáctica y evaluación,
las que pueden certificarse –por ejemplo- con los grados académicos de maestría
y doctorado como exige la ley N° 30220.
Pero nos
preguntamos: ¿Solo la certificación “académica” reflejada en grados de
maestría o doctorado asegura la optimización de la calidad de los docentes?
Creemos que no.
Existe un área más, no académica, vinculada con manifestaciones intrapersonales e interpersonales del docente que en su conjunto hemos denominado desempeño personal social (Mendoza, 2010) cuyo perfeccionamiento es importante dado que promoverá en el docente una madurez emocional y social que influirá de modo significativo y trascendente en la formación de sus estudiantes. (Abarca, Marzo, y Salas; 2002)
Existe un área más, no académica, vinculada con manifestaciones intrapersonales e interpersonales del docente que en su conjunto hemos denominado desempeño personal social (Mendoza, 2010) cuyo perfeccionamiento es importante dado que promoverá en el docente una madurez emocional y social que influirá de modo significativo y trascendente en la formación de sus estudiantes. (Abarca, Marzo, y Salas; 2002)
La
necesidad del mejoramiento del desempeño personal social del docente ha sido
abordada por diversos autores con temas como las habilidades sociales del
docente, la inteligencia emocional del docente, la autoestima del docente,
etc.; sin embargo en la práctica generalmente
no es considerada en las propuestas de mejora docente y la nueva ley
universitaria no es excepción.
¿Acaso los grados
maestría o doctorado nos garantizarán docentes con ética que no acosen a sus
estudiantes ni reciban coimas a cambio de notas aprobatorias? O tal vez nos librarán de aquellos docentes
con admirable trayectoria profesional y académica pero carentes de empatía con
sus estudiantes, nada asertivos, con baja tolerancia a crítica y evasivos a su
faceta de tutor inherente a su rol docente.
Probablemente se parte de la premisa que en la vida
universitaria se debe dedicar a dotar de recursos teóricos metodológicos y
técnicos para ejercer la carrera o profesión (en el caso del docente
universitario, recursos de planificación, didáctica y evaluación) sobre la base
del perfil personal social, el cual ha
debido de formarse en las primeras etapas de la socialización hasta la
adolescencia y la adultez temprana, creemos que dada las deficiencias en esta
formación personal social debido a
diversos factores como los familiares, culturales o económicos, con las que se llegan a las aulas
universitarias y otros centros de formación superior, se deben establecer
mecanismos pertinentes que contrarresten estas deficiencias y potencialicen las
habilidades emocionales y sociales dentro de lo que ahora se entiende con
conceptos nuevos como educación integral y formación por competencias.
El cómo es tarea de nuestras autoridades. Nosotros estamos trabajando en algunas propuestas que presentaremos en artículos posteriores.