© Depositphotos.com/Carballo
“Sólo me haces caso cuando te castigo”. Ésta es una frase que quizá le hayas repetido a tu hijo en más de una ocasión. Y es que parece que, cuando se han intentado varias soluciones, el último recurso para que tu hijo haga (o mejor dicho, deje de hacer) algo es castigarlo… aunque es posible que tú mismo ya te hayas dado cuenta de que es una técnica que no siempre funciona. ¿Sirve realmente el castigo como forma de educar a tu hijo?
El castigo como técnica educativa
Para empezar, hay que aclarar el término “castigo”. En psicología, hablamos de él como una técnica que consiste en proporcionar algo desagradable con el fin de disminuir una conducta inadecuada. Éste es un concepto clave a tener en cuenta desde el principio: castigar no sirve para que el niño aprenda una conducta nueva, sino para que elimine una conducta incorrecta.
En relación a la educación de los hijos, es de suma importancia tener claro cuál debe ser el objetivo. El fin es que tu hijo aprenda la conducta correcta, más que lo contrario. Por ejemplo, si a la hora de comer se porta mal y juega con la comida, la solución no es castigarle por ello, sino enseñarle cómo hacerlo correctamente y premiarle por conseguirlo.
¿Por qué no castigar a tu hijo?
El castigo no elimina conductas de raíz, sino que las suprime momentáneamente. Es efectivo a corto plazo, pero con ello el niño no aprende nada, y seguramente volverá a repetir la conducta inadecuada la próxima vez.
Como padre, eres una persona de gran influencia para tu hijo tanto emocional como personalmente. Por ello, si utilizas el castigo habitualmente con tu hijo, es posible que empieces a notar un distanciamiento emocional entre los dos.
Es más, como vimos en “De tal palo, tal astilla: los padres como modelo”, los niños aprenden las conductas que realizan sus padres. Por tanto, viéndote cómo le castigas, tu hijo aprende que ésa es la conducta para lidiar con los problemas. Te conviertes en modelo de un comportamiento que, precisamente, no es el más adecuado. Así, el castigado se convierte en castigador.
Cinco normas para utilizar el castigo correctamente
- Elige el más adecuado. Mejor que dar algo negativo, como un grito, una bofetada o una regañina, lo más útil es que pierda algo positivo, como el tiempo de recreo si se porta mal en clase.
- Aplícalo enseguida. El castigo debe realizarse inmediatamente después de la conducta a cambiar, para fortalecer la relación causa-efecto.
- Si se castiga, se hace siempre. El castigo debe producirse siempre ante esa conducta en cuestión. Cada vez que aparezca habrá castigo, para así no alimentar la idea de “a veces no me castigan”.
- Conoce a tu hijo. El castigo debe tratarse de algo que realmente suponga un problema al niño; si no, no funcionará y tu hijo volverá a repetir la conducta. Si castigas a tu hijo sin ver la tele pero a él le da igual verla o no, no significará un castigo para él.
- Premia lo adecuado. Esta parte es muy importante: el castigo debe ir siempre acompañado del refuerzo de la conducta que queremos que realice. Si, por ejemplo, tu hijo se comporta mal en casa y le castigas sin jugar, cuando se comporte bien debes premiarle con algo que le guste, como una merienda que le encante.
Recuerda: el castigo no debe ser la técnica a la que recurrir para educar a tu hijo. Sólo ante conductas muy inapropiadas, que pueden suponer un peligro real para él o para los demás, lo utilizaremos para eliminar ese patrón de comportamiento.
Hazlo siempre sin dejarte llevar ni expresando algo que no quieras que tu hijo aprenda. Así que, en primer lugar, plantéate que educar no es castigar lo incorrecto, sino enseñar lo correcto.