Muchas veces hemos escuchado a los profesores recomendar a los alumnos que es mejor estudiar poco a poco, mediante una especie de digestión cognitiva lenta, en vez de esperar el día anterior para estudiar. Sin embargo, la ciencia parece contradecir este argumento.
La neurociencia distingue entre la memoria de corto plazo, que es voluble, superficial, limitada y efímera, de la memoria de largo plazo, que es estructural, profunda y permanente en el tiempo.
La memoria de corto plazo se convierte en largo plazo cuando producto de la comprensión, ejercitación, aplicación, automatiza los conocimientos que se están construyendo. Por ejemplo, aprender a amarrarse los zapatos o conducir requiere concentrarse inicialmente en cada movimiento hasta que esto se automatiza con lo que se libera la memoria de corto plazo del espacio requerido para lograr cada uno de esos movimientos. Lo mismo ocurre a la hora de pasar de la lenta lectura silábica a la lectura fluida. También ocurre cuando uno aprende a sumar 9+6 o multiplicar 7x9 antes de ser capaz de obtener el resultado inmediato de esas operaciones sin tener que concentrarse en cada paso.
Pero ¿qué pasa cuando uno debe evocar un conocimiento que no fue comprendido, o no se construyó de modo que quede instalado de manera significativa en la mente de un alumno? Por ejemplo, qué es más fácil de contestar: qué número sigue a la serie 4, 8, 12, 16, (para alguien que puede reconocer patrones porque interiorizó ese concepto) o qué número sigue a la serie 2, 9, 8, 13 que para la mente no significan nada tomados en conjunto. La pregunta es cuánto de lo que el alumno aprende en el colegio se parece a lo primero y cuánto es puro dato que se coloca en la memoria de corto plazo que puede recordarse por minutos o quizá horas, como por ejemplo recordar los nombres de los ríos del Perú o los nombres de los presidentes desde la independencia, las obras del faraón Ramsés, los personajes del Quijote, los países que intervinieron en la 1era Guerra Mundial o la fórmula que relaciona voltaje, amperaje y resistencia eléctrica (ley de Ohm). Es el tipo de memoria que requiere un mozo de restaurante para tomar el pedido de un cliente.
En todos estos casos, estudiar la noche anterior rinde más que hacerlo la semana previa. Repasarlo horas antes del examen permite recuperar la información por otras horas más. Pero el destino final es el mismo: el olvido total.
En suma, cuando los alumnos egresan del colegio y “no saben nada” (pese a haber “estudiado” todo aquello sobre los que se les hace preguntas) es porque simplemente lo colocaron en la memoria de corto plazo y se evaporó unas horas después del examen. Toda esa enseñanza resultó inútil no solo porque no dejó huellas cognitivas en los alumnos sino porque en esas horas podrían haber aprendido cosas más relevantes para sus vidas, profundas y estructurales, que dejan huellas para el largo plazo. Pero esas cosas suponen manipulación concreta, juegos, experimentos, salidas al campo, prácticas, discusiones y debates, relaciones entre conceptos afines, transferencias, todo lo cual requiere tiempo y digestión cognitiva paulatina para que se logren comprender y abstraer de modo que se conviertan en aprendizajes para el largo plazo. Eso usualmente no se puede lograr siguiendo un tradicional syllabus de clases ni evaluar mediante los exámenes convencionales.
Cuando hablamos de pedagogía para estos tiempos, estamos hablando de diseñar experiencias de clase para el largo plazo. En eso los maestros tienen aún mucho trabajo por hacer, y los padres mucha comprensión por lograr para saber qué esperar y demandar del trabajo escolar.