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Hay un componente genético que nos condiciona y se expresará en mayor o menor medida según el ambiente, es decir, que en base a los lazos y las experiencias emocionales que tengamos con nuestros padres, iremos desarrollando un tipo de carácter y personalidad determinados, manifestándose ambos, a lo largo de nuestra vida, en diversos contextos.
Hay familias que gozan de relaciones saludables, estableciendo vínculos afectivos sanos, y otras que tienen una forma de actuación dañina, las que denominamos como familias “tóxicas”.
Las principales características diferenciales en las familias “sanas” no es que sean “perfectas”, ya que la perfección no existe, sino que, en estas, los niños construyen un “apego seguro” con los padres/cuidadores sintiéndose protegidos, recibiendo el amor necesario, y gozando de una seguridad y estabilidad emocional que les hace sentirse libres de explorar el mundo que les rodea, sabiendo que tendrán un apoyo en el momento que les suceda algo. Al convertirse en adultos sabrán comportarse más sanamente, poniendo en práctica lo aprendido durante la infancia y la adolescencia.
En cambio, en las familias “tóxicas”, pasa todo lo contrario. Los niños evolucionan con graves carencias afectivas, ya que les faltará un buen referente en el que apoyarse. Sentirán que no son lo suficiente para ser queridos, creyendo que si se equivocan en algo será catastrófico y, por lo tanto, mostrarán una gran inestabilidad emocional, inseguridades, y desarrollarán una baja autoestima. Estas consecuencias se verán especialmente reflejadas en la vida adulta, en las relaciones que construyan y en su manera de desenvolverse en la sociedad.
Si bien es cierto que existen hijos, hermanos, cuñados, abuelos, sobrinos y hasta nosotros mismos… “tóxicos”, como principales causantes del malestar, es un tema que vamos a dejar para otro día, centrándonos unilateralmente en padres/tutores/cuidadores con conductas poco saludables, ya que es algo muy común. De todos modos, las pautas de actuación, mayoritariamente, podrían servir para todos los casos.
¿CÓMO PODEMOS IDENTIFICAR SI ESTAMOS EN UNA FAMILIA “TÓXICA”?
Si ya de por sí es complicado reconocer y aceptar que mantenemos una relación tormentosa, que no nos hace bien, con nuestra pareja, un compañero/a de estudios o trabajo, o un amigo/a, hacerlo con un familiar lo será mucho más, dado la implicación emocional que se establece entre nosotros. Quizás, con los primeros nos costará menos hacer “borrón y cuenta nueva”, ya que rehacer nuestra vida o empezar una nueva relación es más factible. Sin embargo, un padre o una madre son para siempre.
Para ayudarte a vislumbrar si te encuentras en una familia “tóxica” o si alguien de tu unidad familiar lo es, vamos a exponerte una serie de características, que no son excluyentes entre sí, sino que se pueden dar infinidad de combinaciones.
Todos estos estilos parentales desadaptados, son relaciones abusivas de poder y se pueden dar por parte de un padre, de una madre, abuelo/a o tutor/a legal hacia los hijos. Se suelen establecer en la infancia y mantener durante toda la vida, incluso en la adultez.
El modelo de relación más sana que existiría sería el democrático. Este se caracteriza por una comunicación real, donde se tiene en cuenta el punto de vista del hijo y se negocia. Se marcan límites, pero sin rigidez dando lugar a la flexibilidad. Hay amor y afecto sin asfixiar y sin imponer. Se dejan ciertas libertades, a la vez que hay responsabilidades que se van adquiriendo poco a poco. Este tipo de interacciones siempre parten del respeto y la confianza mutua.

PAUTAS PARA RELACIONARTE MEJOR EN UNA FAMILIA “TÓXICA”
Cuando eres un/a niño/a no tienes el poder suficiente ni los conocimientos para hacer frente a este tipo de relaciones desadaptadas. Ahora bien, al crecer y hacerte adulto/a puedes tomar la decisión de seguir repitiendo patrones tóxicos con los demás y con tu propia familia, o aprender de tu pasado cambiando gradualmente la manera de relacionarte con los otros incluso con tu propia familia, consiguiendo interacciones mucho más satisfactorias.
Cuando has crecido en una familia disfuncional, es habitual no saber cómo actuar correctamente porque te han faltado los cimientos para construir una base emocional estable. Eso no quiere decir que estés “roto/a” y que sea imposible volver a reconstruirte a ti o tu vida. Al contrario, las personas más bellas a veces han pasado por mucho, y eso las ha hecho muy fuertes, preparadas y resilientes, extrayendo unos grandes aprendizajes sobre sus vidas. Incluso, hay muchas historias, de gente que han sufrido abusos y luego han dedicado su vida a ayudar a otras personas que estaban pasando por lo mismo, dando visibilidad al problema. Proporcionando algo muy bonito al mundo, sanando así su dolor y aportándole un sentido a este.
En conclusión, crecer en un ambiente tóxico es una adversidad que puede ser una oportunidad de crecimiento y de auto-superación. No es una tarea sencilla que se consiga de la noche a la mañana, pero se puede trabajar con constancia y tomando conciencia de todo lo vivido y de cómo sigues repitiendo la misma historia. Está claro que la familia biológica no se elige, las parejas y amistades las podemos romper y sustituir por otras, pero los padres no. Lo que sí se puede hacer, es escoger cómo te comportas hacia ellos, mejorar la relación a base de trabajar tu autoestima, aprender a marcar límites necesarios, y comunicándote adecuadamente. También puedes decidir si quieres quedarte o no, incluso puedes escoger formar tu propia familia, con amistades y personas afines a ti. Aunque no sea una tarea fácil y se puedan encontrar muchas piedras y altibajos en el camino, en tus manos está decidir cambiar tu historia familiar en el presente y empezar a sanar tu vida.