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Nuestra familia es la primera toma de contacto que tenemos con una organización social. Es un factor externo que, sin duda, de un modo u otro, nos influirá, aunque no nos llegue a determinar. Nadie puede elegir en qué familia nace, en qué país va a venir al mundo, la situación económica en la que se encontrarán los miembros de su hogar, ni las circunstancias personales que les rodean. Sin embargo, a raíz del tipo de vínculo que se establece entre los padres o cuidadores con los hijos, desde bien pequeños empezamos a integrar un modelo de relación concreto.
Nuestra familia es la primera toma de contacto que tenemos con una organización social. Es un factor externo que, sin duda, de un modo u otro, nos influirá, aunque no nos llegue a determinar. Nadie puede elegir en qué familia nace, en qué país va a venir al mundo, la situación económica en la que se encontrarán los miembros de su hogar, ni las circunstancias personales que les rodean. Sin embargo, a raíz del tipo de vínculo que se establece entre los padres o cuidadores con los hijos, desde bien pequeños empezamos a integrar un modelo de relación concreto.
- Autoridad excesiva: padres hostiles que abusan de su poder imponiendo lo que ellos quieren y valiéndose de la agresión verbal o física para alcanzar sus objetivos. Los niños que crecen con este estilo parental tendrán mucho miedo y rabia contenida al sentirse menospreciados.
- Sobreprotección: ningún extremo es bueno, y los padres al sobreproteger, propiciaran que sus hijos sean súper dependientes, afectando a su confianza. Con esto conseguirán que para hacer cualquier cosa necesiten constantemente el apoyo y la aprobación de los demás, volviéndose personas muy necesitadas e inseguras.
- Permisión/negligencia: padres que no están pendientes de sus hijos y les dejan demasiado espacio, sin preocuparse ni hacerse cargo de lo que les pasa. Estos niños crecerán sintiéndose abandonados y poco importantes. Tendrán mucha ansiedad al ver que no tienen el control de sus vidas y que deben adquirir responsabilidades demasiado pronto.
- Manipulación: No toman en cuenta las necesidades del otro, solo las propias, y manipulan con tal de conseguir lo que quieren. Anteponen sus necesidades y juegan con la culpa y la victimización para que sus hijos hagan lo que les demandan. Los hijos se sentirán muy culpables y vulnerables.
- Falta de comunicación y rigidez: No hay un espacio de comunicación seguro, siempre se omite lo que verdaderamente importa. Surgen peleas por cosas superficiales sin llegar a la raíz del asunto, puesto que no quieren afrontar los problemas reales y les es más fácil discutir por otras razones. Establecen unos roles rígidos que no permiten que los hijos los crucen, ellos son los que mandan y los hijos tienen que acatar y obedecer sin dejar lugar a la negociación.
- Empieza a decir no. Piensa en si cuando dices que “sí” a alguien o a un compromiso, no te estás diciendo “no” a ti mismo/a. Si dices que sí esperando aprobación, o a que te quieran más, cuando en realidad no quieres hacerlo, por dentro generarás sentimientos de frustración como si fuera algo obligado. El/la que tiene que defender lo que quiere hacer y lo que no, has de ser tú, los demás siempre te van a demandar cosas. Es imposible contentar a todo el mundo. El respeto y amor propio empieza por respetarse a uno/a mismo/a.
- No actúes en caliente. Si alguno de tus padres te trata mal o te dice algo que te disgusta, hazle saber que no te ha sentado bien y que necesitas un tiempo. A veces al reaccionar en el momento, utilizamos la sumisión o la agresividad y ninguna de ellas nos darán buenos resultados. Si dejas un poco de espacio y calmas tus emociones, podrás verlo desde otra perspectiva con la cabeza más “fría”, tomando seguramente mejores decisiones.
- No des todo por hecho. En las relaciones familiares es muy común que se sobre entienda que algo funciona de un modo en concreto y no tiene porqué ser así. Como en cualquier relación, aunque ya existan costumbres, se pueden pactar unas “reglas” o “acuerdos” nuevos que fomenten el respeto entre todos. Empezar a negociar lo que nos perturba, substituyéndolo por otra alternativa, puede ser positivo.
- Expresa como te sientes y marca límites. Utiliza la asertividad, que es una habilidad social para comunicar y expresar lo que sientes y quieres, defendiendo tus derechos al mismo tiempo que respetas al otro y te pones en su lugar valiéndote de la empatía, buscando el punto medio para que ambos salgáis ganando, teniendo en cuenta las necesidades de los dos. Es decir, buscar un equilibrio entre lo que tú quieres y lo que el otro te demanda y estableciendo límites.
- Vuela del nido. Muchas personas afirman que después de irse de casa la relación con sus padres cambió por completo favorablemente. No es lo mismo la convivencia diaria, que puede facilitar diversas tensiones, que si solo os veis los fines de semana. No tengas miedo a dar el paso, a veces puede ser liberador.
- Aléjate si es necesario. Ligado con el anterior punto, hay veces que tienes que poner espacio y tiempo de por medio, aunque sea tu familia. Si recibes un maltrato constante, ya sea físico o psicológico, no tienes por qué aguantarlo. Al final, si has probado todas las técnicas posibles y has procurado arreglar las cosas sin que funcionen, lo último que queda es alejarte y ver menos a tu familia o no volverla a ver, según el caso. Suena muy duro, pero tienes que mirar por tu bienestar, que es fundamental para tu vida. La autoestima pasa por no tolerar una agresión reiterada y para eso tienes que tomar las medidas oportunas.
- Rompe con los estereotipos culturales. Culturalmente crecemos asimilando que nuestros padres son la máxima autoridad, y que la familia es lo más importante y tenemos que estar ahí pase lo que pase. Sí que es cierto que puede llegar a ser un pilar muy importante, pero tus padres por el hecho de serlo no les da derecho a maltratarte, ni tú por ser su hijo/a tienes porqué aguantar ciertas cosas. Está muy mal visto dar la espalda algún familiar o contradecirle, pero igual que hemos evolucionado y cambiado muchos estereotipos hemos de avanzar en este aspecto, porque, ¿no es peor darte la espalda a ti mismo/a?
- Pide ayuda profesional si te sientes estancado/a. Si ya lo has intentado todo y ves que te sobrepasa, no te culpabilices, es normal. Encontrarse en un estado de tristeza que te impida llegar a donde quieres, o que te encuentres bloqueado/a sin saber qué hacer es natural. En estos casos cuando ya hemos tratado de mejorar por nuestra cuenta y no hemos visto resultados, lo más adecuado es pedir ayuda externa y consultar a un/a psicólogo/a profesional que nos acompañe y nos ayude a fortalecer las herramientas que tengamos a nuestro alcance. Al contrario de lo que pueda parecer, ir a terapia es de valientes porque estás decidiendo afrontar aquello que te está impidiendo avanzar para buscarle una solución.
- Elimina el resentimiento. Una de las cosas que más ayuda a trascender el dolor, es aceptar que tu familia seguramente lo ha hecho lo mejor que ha sabido, con el conocimiento que disponía en ese momento. Normalmente todos somos “víctimas” generacionales. Si te pones a estudiar la historia familiar de tus padres tóxicos, seguramente verás que ellos crecieron en ambientes disfuncionales y posiblemente sus padres y sus abuelos también, adoptando generación tras generación los mismos patrones a partir de lo que vivieron. Lo más probable es que actúen de ese modo porque no sepan hacerlo de otra manera. No hay que justificarles o excusarles, simplemente entender de dónde viene todo.
- Comprensión. También hay padres que simplemente están “enfermos”, puede que sea una enfermedad mental diagnosticada o no, pero hay personas que nacen condicionados por su genética y son incapaces de actuar de un modo saludable. En ese caso, no les podemos culpar por eso, ya que no está en sus manos. Es entenderlo todo para comprender y es algo que te ayudará a curar algunas heridas, sin olvidar que hay que seguir protegiéndose de ello.
Hay un componente genético que nos condiciona y se expresará en mayor o menor medida según el ambiente, es decir, que en base a los lazos y las experiencias emocionales que tengamos con nuestros padres, iremos desarrollando un tipo de carácter y personalidad determinados, manifestándose ambos, a lo largo de nuestra vida, en diversos contextos.
Hay familias que gozan de relaciones saludables, estableciendo vínculos afectivos sanos, y otras que tienen una forma de actuación dañina, las que denominamos como familias “tóxicas”.
Las principales características diferenciales en las familias “sanas” no es que sean “perfectas”, ya que la perfección no existe, sino que, en estas, los niños construyen un “apego seguro” con los padres/cuidadores sintiéndose protegidos, recibiendo el amor necesario, y gozando de una seguridad y estabilidad emocional que les hace sentirse libres de explorar el mundo que les rodea, sabiendo que tendrán un apoyo en el momento que les suceda algo. Al convertirse en adultos sabrán comportarse más sanamente, poniendo en práctica lo aprendido durante la infancia y la adolescencia.
En cambio, en las familias “tóxicas”, pasa todo lo contrario. Los niños evolucionan con graves carencias afectivas, ya que les faltará un buen referente en el que apoyarse. Sentirán que no son lo suficiente para ser queridos, creyendo que si se equivocan en algo será catastrófico y, por lo tanto, mostrarán una gran inestabilidad emocional, inseguridades, y desarrollarán una baja autoestima. Estas consecuencias se verán especialmente reflejadas en la vida adulta, en las relaciones que construyan y en su manera de desenvolverse en la sociedad.
Si bien es cierto que existen hijos, hermanos, cuñados, abuelos, sobrinos y hasta nosotros mismos… “tóxicos”, como principales causantes del malestar, es un tema que vamos a dejar para otro día, centrándonos unilateralmente en padres/tutores/cuidadores con conductas poco saludables, ya que es algo muy común. De todos modos, las pautas de actuación, mayoritariamente, podrían servir para todos los casos.
¿CÓMO PODEMOS IDENTIFICAR SI ESTAMOS EN UNA FAMILIA “TÓXICA”?
Si ya de por sí es complicado reconocer y aceptar que mantenemos una relación tormentosa, que no nos hace bien, con nuestra pareja, un compañero/a de estudios o trabajo, o un amigo/a, hacerlo con un familiar lo será mucho más, dado la implicación emocional que se establece entre nosotros. Quizás, con los primeros nos costará menos hacer “borrón y cuenta nueva”, ya que rehacer nuestra vida o empezar una nueva relación es más factible. Sin embargo, un padre o una madre son para siempre.
Para ayudarte a vislumbrar si te encuentras en una familia “tóxica” o si alguien de tu unidad familiar lo es, vamos a exponerte una serie de características, que no son excluyentes entre sí, sino que se pueden dar infinidad de combinaciones.
Todos estos estilos parentales desadaptados, son relaciones abusivas de poder y se pueden dar por parte de un padre, de una madre, abuelo/a o tutor/a legal hacia los hijos. Se suelen establecer en la infancia y mantener durante toda la vida, incluso en la adultez.
El modelo de relación más sana que existiría sería el democrático. Este se caracteriza por una comunicación real, donde se tiene en cuenta el punto de vista del hijo y se negocia. Se marcan límites, pero sin rigidez dando lugar a la flexibilidad. Hay amor y afecto sin asfixiar y sin imponer. Se dejan ciertas libertades, a la vez que hay responsabilidades que se van adquiriendo poco a poco. Este tipo de interacciones siempre parten del respeto y la confianza mutua.
PAUTAS PARA RELACIONARTE MEJOR EN UNA FAMILIA “TÓXICA”
Cuando eres un/a niño/a no tienes el poder suficiente ni los conocimientos para hacer frente a este tipo de relaciones desadaptadas. Ahora bien, al crecer y hacerte adulto/a puedes tomar la decisión de seguir repitiendo patrones tóxicos con los demás y con tu propia familia, o aprender de tu pasado cambiando gradualmente la manera de relacionarte con los otros incluso con tu propia familia, consiguiendo interacciones mucho más satisfactorias.
Cuando has crecido en una familia disfuncional, es habitual no saber cómo actuar correctamente porque te han faltado los cimientos para construir una base emocional estable. Eso no quiere decir que estés “roto/a” y que sea imposible volver a reconstruirte a ti o tu vida. Al contrario, las personas más bellas a veces han pasado por mucho, y eso las ha hecho muy fuertes, preparadas y resilientes, extrayendo unos grandes aprendizajes sobre sus vidas. Incluso, hay muchas historias, de gente que han sufrido abusos y luego han dedicado su vida a ayudar a otras personas que estaban pasando por lo mismo, dando visibilidad al problema. Proporcionando algo muy bonito al mundo, sanando así su dolor y aportándole un sentido a este.
En conclusión, crecer en un ambiente tóxico es una adversidad que puede ser una oportunidad de crecimiento y de auto-superación. No es una tarea sencilla que se consiga de la noche a la mañana, pero se puede trabajar con constancia y tomando conciencia de todo lo vivido y de cómo sigues repitiendo la misma historia. Está claro que la familia biológica no se elige, las parejas y amistades las podemos romper y sustituir por otras, pero los padres no. Lo que sí se puede hacer, es escoger cómo te comportas hacia ellos, mejorar la relación a base de trabajar tu autoestima, aprender a marcar límites necesarios, y comunicándote adecuadamente. También puedes decidir si quieres quedarte o no, incluso puedes escoger formar tu propia familia, con amistades y personas afines a ti. Aunque no sea una tarea fácil y se puedan encontrar muchas piedras y altibajos en el camino, en tus manos está decidir cambiar tu historia familiar en el presente y empezar a sanar tu vida.
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